jueves, 8 de enero de 2009

Memorias de un Africano (Capitulo II Kigali)


Capitulo II
Cuando me dijeron que estaba destinado de nuevo a Kigali, juro que sentí como en algún lugar, una nueva pagina de mi vida se abría, con su texto inédito y un guión insospechado. Tenía una sensación que jugaba a caballo entre el miedo y la esperanza; sentía ansiedad, una enorme ansiedad por saber que me esperaba en la capital del país.
Durante el viaje de regreso, trate de imaginar aquella ciudad del centro del país, y pensaba que en aquel lugar tendría “lujos” que ya había olvidado. Electricidad, agua caliente, un aseo en condiciones; elementos habituales a cualquier ciudadano del primer mundo, que allí eran “lujos”.
De haber sabido lo que el destino estaba a punto de enseñarme, juro que me habría quedado en Mont – Nemba.
Cuando llegue a la capital, las señales de la guerra civil eran ya mucho mas palpables que unos meses antes, incluso en algunas zonas de las afueras, el todos contra todos en que se estaba transformando aquel holocausto, se hacia palpable, ostensible y audible, en las horas de mayor silencio y oscuridad, entre fogonazos y explosiones fugaces o pertinaces, dependiendo de lo encarnizado del lance.
En una ocasión pude comprobar como acababan los sucesos de aquella guerra tribal, cuando eran ajusticiados prisioneros in situ, sin más juicio que una mirada y sin más razón que el odio y la estupidez. Entre los gritos aterrorizados de aquellos que pidiendo clemencia morían en medio de un charco de sangre con una bala en la cabeza, sometidos a la crueldad y las burlas de sus captores, siendo torturados cruelmente, prisioneros que dicho sea de paso, en la mayoría de las ocasiones eran niños, de entre los diez y los catorce años, y algunos los mas mayores, se acercaban como mucho a los dieciséis.
Todas las guerras son crueles, todas las guerras son injustificadas, nada, absolutamente nada, puede justificar la muerte de un ser humano a manos de otro ser humano; muchas veces me pregunto, en nombre de que estúpida razón nos matamos, y siempre me preguntare, en nombre de que razón o interés, alguien en algún lugar lejano, había decidido provocar aquella masacre tribal, aquella guerra de tribus de la edad de piedra, con armas de la era espacial.
Aunque realmente las armas que se manejaban, en la mayoría de los combates, como mucho alcanzaban a ser, desechos de la Segunda Gran Estupidez Humana.
Cuando me dijeron que estaba destinado al Hospital Infantil, el corazón dio un vuelco de esperanza, sentí que las fuerzas me salían de todas partes, y que la fuerza de este continente que habito entraba en mí como el fragor de una manada de elefantes africanos. Di gracias al cielo por que al fin podría ser útil en algo, y devolverle a la esperanza, a mi esperanza, la luz que había perdido. Dios, que lejos estaba de la realidad.
Aquel hospital, se encargaba de “reparar”, lo que estaban haciendo las minas anti- personal. En aquel, todos contra todos, la cifra de minas repartidas por el suelo del país, según los servicios de inteligencia francesa, era mareante, y para mi vergüenza, muchas de esas minas, habían sido fabricadas en mi propio país.
Mi primera semana en aquel lugar infernal, me hizo sentir las mismas sensaciones de impotencia y dolor que había sentido, durante mis “correrías” por Mont- Nemba, y las inmediaciones del Lago Rugwero.
Allí pude observar como médicos desesperados y sin medios luchaban por salvar vidas, con los medios que tenían a su alcance. A mi modesta opinión, los hospitales Europeos de finales del Siglo XIX, tenían en algunos casos medios más eficaces y más asepsia, que aquel lugar lleno de moscas.
En muchas ocasiones tenían que operar sin anestesia, y esterilizar sin los medios adecuados, el agua caliente, era uno de los medios mas usados en la mayoría de las ocasiones, y los vendajes a veces permanecían semanas sin ser cambiados, provocando infecciones tan graves que llevaban a la muerte a aquellos pobres inocentes, que habían tenido la “osadía” cruzar una calle en un momento inadecuado, o simplemente de jugar en aquel lugar habitual, que la noche anterior había sido literalmente, sembrado, de minas.
Todo en la vida tiene agravantes y atenuantes, dependiendo del cristal con el que mires las cosas, yo siempre he sido y creo que seré una persona muy optimista, pero hay momentos puntuales en los que en una locura semejante a la que vivíamos uno puede perder la fe y el optimismo, pues aquel enorme circo de despropósitos que bullía a mi alrededor tenia un terrible secreto guardado, un secreto que dejo mi espíritu totalmente destrozado, fue algo que paralizo mi corazón y dejo que un frío gélido se quedase a vivir en mi espalda para siempre.
En todas las grandes ciudades del mundo hay estercoleros y basureros, donde las alimañas, ratas, ratones, se alimentan de los desechos de la sociedad industrializada; al menos, eso es lo que siempre hemos concebido de un lugar así.
Junto al Hospital Infantil, había un enorme basurero, y como en este continente todo es peculiar, donde en otros continentes hay ratas y ratones, aquí hay hienas, que aprovechan las horas nocturnas para su rapiña, y buitres, las atalayas y las azoteas de las calles adyacentes están infectadas de enormes y feos buitres, que esperan pacientemente el siguiente cadáver de un ser humano, arrojado al basurero del hospital, para poder realizar su ritual necrófago.
Si, esa es la tremenda realidad, la tremenda vergüenza, la horrible y callada vergüenza de toda esta humanidad, mientras en las calles de los países desarrollados, se acumulan las basuras de la comida que nos sobra, en los basureros de Kigali, se acumulaban y me consta que aun sigue siendo así; seres humanos.
Seres humanos a los que cuesta mas enterrar dignamente, que arrojar a un estercolero, para ser devorados por las alimañas.
La terrible y cruda realidad, que se apodero de mi, y me hizo sumirme durante días en una desidia y una apatía enormes, me preguntaba a mi mismo por que, constantemente me repetía, por que, se tambaleaban mis cimientos religiosos, esos de ir por casa que nos inculcaron cuando éramos críos, y todo en mi horizonte se hizo negro, apático y negro.
No podía dormir casi no podía comer, recordaba aquellos enormes buitres devorando con saña, primero las partes blandas, luego la piel y los músculos y finalmente los huesos; Dios, no pude apartar la vista de aquello, mientras aquellas aves devoraban a alguien, que había pensado, sentido y caminado como mi igual, y ahora yacía a su suerte, simplemente por que si. Pensé que con solo haber nacido unos cientos de kilómetros más al sur, ese ser humano al que devoraban las rapaces podría haber sido yo.
Me sentí muy mal, mal por las personas que me rodeaban, a las que comenzaba a conocer y por las que comenzaba a sentir aprecio, me sentí muy mal por todos ellos, y sobre todo por los herederos de este mundo, aquellos que lo tendrán que vivir en sucesivas generaciones, que tendrán como “maestros” a semejantes estupidos.
Los unos, los que ejecutan la orden , los que siguen a la masa, esos que se transforman en una jauría incontrolada, con el poder del universo en las manos, para dar o quitar la vida y se creen dioses.
Y aun peor, los otros, los manipuladores, aquellas alimañas vestidas con traje de chaqueta, metidas en algún despacho, a cientos o a miles de kilómetros, abogando causas, que revierten en sus bolsillos, un río de dólares, que solo les sirve para crear mas maldad, mas mentira y mas hipocresía.
Esas alimañas de despacho, que nada, absolutamente nada, tienen que envidiarle a las que estaban devorando a aquel ser humano del estercolero del hospital.
Había visto cientos de veces escenas parecidas, en reportajes del Tibet, donde el mortal cobijo de nuestras almas es elevado por voluntad propia y por costumbre religiosa por las aves, y ese ritual es diferente, hay algo de trascendental en el, hay algo que confiere a todo ese ritual de un halo especial.
Aquello que estaba viendo, no era sino el fracaso de toda la humanidad, el fracaso de una humanidad, que empeñada en destruirse, se olvida de si misma, se oculta de si misma, se miente a si misma; en un ritual de despropósitos que la esta llevando poco a poco a su final.
Todo lo que se lanza al cielo, al final cae por su peso, y mientras no hagamos nada por nosotros mismos y sigamos conformándonos con ver lo solo lo que deseamos ver, mientras que sigamos sin querer ir mas allá de la comodidad de nuestro propio ego, y sigamos creyéndonos el ombligo de un mundo, cada vez mas injusto, estaremos abocados a desaparecer, tragados por nuestra propia miseria.

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